La crisis de la contaminación plástica

La crisis de la contaminación plástica

Durabilidad, flexibilidad y resistencia, tres cualidades que hacen de un material el ideal para almacenar, transportar y envasar cualquier tipo de productos, sean líquidos, congelados, sólidos… Estas son las propiedades que se buscaban cuando aparecieron los primeros celuloides cuya plasticidad comenzaba a dar qué hablar.

Se ha documentado que, al tratar la celulosa, derivada de la fibra de algodón, con alcanfor, John Wesley Hyatt descubrió un plástico que podía fabricarse en una variedad de formas e imitar sustancias naturales como carey, cuerno, lino y marfil en 1869.

En los albores del siglo XX Leo Baekeland inventó la baquelita, el primer plástico totalmente sintético, es decir, que no contenía moléculas encontradas en la naturaleza. De esta forma los seres humanos dejaron de depender de los tiempos de la naturaleza misma para poder fabricar sus materiales. Pronto se descubrieron estas propiedades en los derivados del petróleo, lo que trajo consigo el abaratamiento de los costos para producir materiales plásticos. Con la segunda Guerra Mundial la producción de estos materiales se disparó 300% en los Estados Unidos, a tal punto que para el año 2015 los seres humanos habíamos producido 8,300 millones de toneladas de plástico.

La producción de plástico pasó de 2 millones de toneladas anuales durante la década de los 50 del siglo 20 a 380 billones en la actualidad. Lo preocupante es que para los próximos años la industria del plástico espera duplicar esta cifra, superando los 700 millones de toneladas de plásticos producidas alrededor del mundo. Lamentablemente, sólo 9 por ciento de este material se ha reciclado y 12 % ha sido incinerado, con las complicaciones ambientales que esto conlleva. El 79 % del plástico producido desde 1950 terminó en rellenos sanitarios, sin ningún tipo de valorización o recuperación. Este es el verdadero problema.

Cubiertos, vajilla, popotes...

Todos desechables y con la promesa de hacer la vida más fácil. No cargar artículos para la comida, no lavar o, simplemente, tomar la opción de comer/beber rápido en un ritmo de vida acelerado ha resultado en una cultura de usar-tirar que hace que 12.7 millones de toneladas de plásticos terminen en los océanos, afectando a más de 700 especies entre aves playeras, mamíferos marinos, crustáceos, peces e, incluso, los corales.

Prácticamente ningún ser vivo se salva de la contaminación plástica, cada vez más evidente en las noticias sobre mamíferos marinos con una gran cantidad de plástico al interior de sus estómagos o tortugas marinas con trozos incrustados de esta vida desechable.

Afortunadamente estamos a tiempo de tomar acción y solucionar este problema de raíz: la producción de plásticos de un solo uso. Es necesario cambiar el modelo de producción y consumo -que actualmente se basa en extraer materias primas, fabricar y ofrecer productos cuya finalidad es consumir y desechar-, por un modelo circular donde la vida de los productos aumente sustancialmente y puedan reutilizarse a tal punto que se genere la menor cantidad de residuos. Esa es la verdadera economía circular, aunque actualmente la confundan con reciclar más y mejor.

La comunidad internacional es consciente de esta problemática que, se calcula, genera pasivos ambientales por 2.5 millones de dólares anuales, tan solo por el impacto que tiene en los océanos.

Diferentes naciones han comenzado a prohibir los plásticos que, erróneamente, se llaman desechables. Por ejemplo, Ruanda evitó el ingreso de cualquier tipo de desechables, la Unión Europea legisló en contra diferentes artículos específicos hechos de material plástico. En Latinoamérica, Chile prohibió las bolsas plásticas a nivel nacional y pronto lo hará con los popotes. La gravedad del asunto exige estas medidas que, de acuerdo con cifras de Naciones Unidas, han sido exitosas en 30 % de los casos. Sin embargo, esta cifra es auspiciosa, ya que en 50 % de los casos aún no se tenían cifras concretas para obtener conclusiones sobre su funcionamiento.

En México, las prohibiciones a los plásticos de un solo uso han proliferado entre 2018 y 2019. Querétaro fue el primer municipio en agregarla a su reglamento respecto a las bolsas plásticas y Veracruz fue el primer estado en prohibir algunos plásticos de un solo uso acorde a la necesidad de sus municipios durante el 2018. Continuaron estados como Baja California Sur, San Luis Potosí, Jalisco, Tamaulipas y Sonora, convirtiéndose en una tendencia nacional que se suma a los esfuerzos internacionales por disminuir los plásticos de un solo o pocos usos, aquellos que se pueden llamar prescindibles porque existen opciones de no usarlos o alternativas reusables de larga duración para suplirlos.

Recientemente, los estados de Puebla, Tabasco, Nayarit y la Ciudad de México han regulado los plásticos en un marco legal que prohíbe a los comercios obsequiarlos a sus clientes, contribuyendo a que se genere menos basura plástica. En el instante en que se escribió esta entrada, 24 estados ya tenían alguna regulación que prohíbe algunos plásticos de un solo uso y muy pronto tendrán alguna legislación los que faltan.

A pesar de los esfuerzos legislativos, estas medidas han tenido requerimientos dispares a la hora de poner un alto a la contaminación por plásticos que afecta al planeta. Hay estados que prohíben artículos sencillos y prescindibles como los popotes (Chihuahua, Sinaloa) hasta otros más aventurados, que incluso prohíben el unicel (Guerrero, BCS, Jalisco, CDMX); los envases de tereftalato de polietileno, conocido como PET (Oaxaca), o incluso los globos y cápsulas de café (CDMX). En otros estados se permiten, incluso se fomenta, el uso de biodegradables compostables (Puebla, CDMX) o reciclables en algún porcentaje (Jalisco, Nuevo León). La diversidad parece responder a la necesidad propia de cada estado, quizá dependiendo de la influencia de la industria o del atrevimiento de los legisladores por frenar en mayor o menor medida estos artículos en sus estados.

Toda esa diversidad legislativa puede homogeneizarse a partir de la Ley general para la prevención y gestión integral de los residuos, la cual da líneas generales, como su nombre lo dice, de estrategias a seguir por los municipios -los verdaderos dueños de los residuos- para frenar el consumo desmedido de estos productos y, sobre todo, para el necesario cambio cultural en el que dejemos de pensar linealmente, de acuerdo con la cultura de usar-tirar, para dar paso a la cultura de generación cero de residuos. Esto es posible, solo es necesario el compromiso de la industria para dejar de crear materiales y productos que se consideren desechables; por eso la legislación es fundamental.

No se trata de producir desechables ecológicos

El verdadero cambio cultural debe evitar estas falsas soluciones, porque el problema de la contaminación plástica no se solucionará con más desechables ahora obtenidos de otras fuentes, como las renovables. Sólo se trasladaría la presión desde los océanos a otros ambientes produciendo deforestación, uso excesivo de agrotóxicos y cambios de uso de suelo para satisfacer la demanda de un estilo de vida rápido y desechable. La basura ecológica tampoco es la solución.

En México la tasa de reciclaje es infinitamente inferior a la de producción de materiales plásticos, y aunque casos como el de los envases de polietileno tereftalato (PET) parecieran el camino a seguir para poder integrar los residuos plásticos de post consumo a un modelo de economía circular, la realidad de los otros tipos de plásticos es abismalmente diferente. Tan solo el 1.95% de los residuos que se recupera es a través de los estados y sus sistemas de limpia, 0.03 % en los centros de acopio y 4.07 % en la recuperación informal (pepenadores y centros de acopio sin registro), lo cual da un total de 6.07 % de promedio en reciclaje a nivel nacional tomando en cuenta que en 2012 se produjeron 42.1 millones de toneladas de residuos en el país. Se estima que en 2016 la cantidad fue de 45.65 millones de toneladas al año.

En el informe se advierte que el porcentaje de producción de residuos es varias veces mayor que del reciclaje. Esto se debe básicamente a tres factores:

  1. La poca cantidad de centros de acopio y reciclaje, especialmente de unicel,
  2. la falta de reglamentación relacionada con la separación de residuos desde fuente y para establecer centros de acopio,
  3. envases comerciales cada vez más difíciles de reciclar por su composición. De esta forma se echa por tierra el argumento de que lo que se necesita es mayor educación y separación para solucionar el problema de la contaminación por plásticos.

Es necesario aprovechar las bondades de los materiales, su resistencia, durabilidad y flexibilidad; esta vez, para crear artículos y productos que persistan en el tiempo y el uso. Que abonen a un cambio cultural -que fue posible en el pasado a través del canje y relleno de envases-; que en el futuro puede fortalecer la economía por medio de nuevos negocios enfocados en extender la vida útil de los productos y en colaborar para que los residuos dejen de transformarse en basura. El cambio cultural debe ser de la ciudadanía, pero debe favorecerse con políticas públicas, reglas y leyes enfocadas en acelerar este nuevo modelo que incluya a las empresas y las comprometa a continuar ofreciendo sus productos sin generar afectaciones al medio ambiente, cuya factura paga la humanidad.

 

https://mx.boell.org/es/2019/07/16/la-crisis-de-la-contaminacion-plastica

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